jueves, 4 de abril de 2013

El elefante en la habitación: Los costes del tratamiento del cáncer también importan, por Anna García-Altés

El pasado mes de octubre The New York Times publicaba una carta escrita por tres médicos del prestigioso Memorial Sloan-Kettering Cancer Center. En ella, estos profesionales exponían su postura: habían decidido no administrar a sus pacientes con cáncer de colon avanzado el nuevo fármaco Zaltrap, con efectividad similar al fármaco habitual (añade 1,4 meses de vida) y con un precio más que doble ($11.063 por mes de tratamiento). En la carta, este grupo de profesionales afirmaba que ignorar los costes de los tratamientos ya no es sostenible, y que su decisión era racional, no “de racionamiento”. Pocos días después, el presidente de la sociedad americana de oncología clínica apoyaba la decisión tomada, y recordaba que los clínicos tenían que asegurar que sus pacientes reciben atención sanitaria que aporte valor, y que no siempre la mejor atención es la más cara. De hecho, esta sociedad científica se había unido a otras sociedades médicas en la iniciativa Choosing wisely y había hecho públicas 5 intervenciones que no aportaban valor.



La respuesta del fabricante del fármaco, en este caso Sanofi, no se hizo esperar. Un mes después, de nuevo The New York Times se hacía eco de la respuesta del fabricante de, a pesar de no cambiar el precio oficial del fármaco, ofrecer descuentos de hasta el 50% . En Estados Unidos, por ley, el Medicare debe cubrir todos los fármacos para el tratamiento del cáncer que la FDA aprueba. En muchos estados, las aseguradoras privadas se acogen al mismo estándar. Esto impone un coste muy alto, tanto para el sistema, como para los pacientes que han de pagar los fármacos de su bolsillo. 

Por poner un ejemplo de la magnitud del problema, en Catalunya el año 2011 el gasto en medicación hospitalaria de dispensación ambulatoria fue de 631 millones de euros, lo que representa casi el 7% del presupuesto sanitario. En el caso catalán, y para evitar que haya diferencias entre los criterios de tratamiento entre centros y entre pacientes, estos fármacos pasan por una comisión armonizadora, que emite recomendaciones sobre su lugar en la terapéutica en condiciones de práctica clínica habitual, tipo de pacientes al que van dirigidos, condiciones de uso, y criterios de seguimiento. Ahora bien, más allá del cálculo del impacto presupuestario, las recomendaciones no incorporan el criterio de coste-efectividad. Con todo, la fijación de precios de los nuevos medicamentos resulta cada vez más compleja, como señala hoy el interesante post en Forbes de John LaMattina, anterior presidente  de Pfizer Global Research.
En EEUU, algunos colectivos de oncólogos se han posicionado a favor de evaluar los resultados clínicos reales, más allá de apreciaciones personales inconsistentes  y evidencias suboptimas, y combatir contra la ética que defiende pequeños resultados a cualquier precio . Algunos de ellos incluso han hecho recomendaciones prácticas aplicadas al manejo de los pacientes con cáncer. La necesidad de tener en cuenta el valor añadido de los fármacos para el cáncer es ineludible desde hace tiempo, y se hace imposible no ver el elefante en la habitación.